viernes, 28 de octubre de 2016

28 de Octubre: San Judas Tadeo y San Simon apóstoles


¡Columnas de la Iglesia, piedras vivas!
¡Apóstoles de Dios, grito del Verbo!
Benditos vuestros pies, porque han llegado
para anunciar la paz al mundo entero.

De pie en la encrucijada de la vida,
del hombre peregrino y de los pueblos,
lleváis agua de Dios a los cansados,
hambre de Dios lleváis a los hambrientos.

De puerta en puerta va vuestro mensaje,
que es verdad y es amor y es Evangelio.
no temáis, pecadores, que sus manos
son caricias de paz y de consuelo.

Gracias, Señor, que el pan de tu palabra
nos llega por tu amor, pan verdadero;
gracias, Señor, que el pan de vida nueva
nos llega por tu amor, partido y tierno. Amén.

lunes, 24 de octubre de 2016

Superando al granito de mostaza

Primer dia de la Novena por las Almas del Santo Purgatorio

Primer Día de la Novena por las Almas del Purgatorio

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de Contrición

¡Señor mío, Jesucristo!
Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón de haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia
propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.
Amén.

Oración propia de la Novena

Padre misericordioso, en unión con la Iglesia Triunfante en el cielo, te suplico tengas piedad de las almas del Purgatorio. Recuerda tu eterno amor por ellas y muéstrales los infinitos méritos de tu amado Hijo. Dígnate librarles de penas y dolores para que pronto gocen de paz y felicidad. Dios, Padre celestial, te doy gracias por el don de perseverancia que has concedido a las almas de los fieles difuntos.

Amable Salvador, Jesucristo. Eres el Rey de reyes en el país de la dicha. Te pido que por tu misericordia oigas mi oración y liberes las almas del Purgatorio, en particular, N... Llévalas de la prisión de las tinieblas a la luz y libertad de los hijos de Dios en el Reino de tu gloria. Amable Salvador, te doy gracias por haber redimido las pobres almas con tu preciosísima Sangre, salvándolas de la muerte eterna.

Dios Espíritu Santo, enciende en mí el fuego de tu divino amor. Aviva mi fe y confianza, acepta benignamente las oraciones que te ofrezco por las almas que sufren en el Purgatorio. Quiero aplicar los méritos de esta devoción en favor de toda la Iglesia Sufriente y en especial por mis difuntos padres, hermanos, hermanas, bienhechores, parientes y amigos. Atiende mi plegaria para que podamos reunirnos en el Reino de tu gloria.

Dios Espíritu Santo, te doy gracias por todos los beneficios con que has santificado, fortalecido y aliviado a estas benditas almas y en especial por consolarlas en los actuales sufrimientos con la certeza de la felicidad eterna. Que pronto se unan contigo y oigan aquellas benditas palabras que las llaman al hogar del Cielo: "¡Vengan, los Bendecidos por mi Padre! Tomen posesión del Reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo" (Mt 25, 34).

Día primero:

Señor mío Jesucristo, que quieres que tengamos suma delicadeza de conciencia y santidad perfecta: te rogamos nos la concedas a nosotros; y a los que por no haberla tenido se están purificando en el purgatorio, te dignes aplicar nuestros sufragios y llevarlos pronto de aquellas penas al cielo. Te lo pedimos por la intercesión de tu Madre purísima y de San José.

Oración por un miembro de la familia

¡Oh Buen Jesús! El dolor y sufrimiento de los demás conmovía siempre tu corazón. Mira con piedad las almas de mis queridos familiares del Purgatorio. Oye mi clamor de compasión por ellos y haz que aquellos a quienes separaste de nuestros hogares y corazones disfruten pronto del descanso eterno en el hogar de tu amor en el cielo.

Oración por los padres difuntos

¡Oh Dios! Nos mandaste honrar padre y madre. Por tu misericordia, ten piedad de mi padre (madre) y no recuerdes sus pecados. Que yo pueda verlo (la) de nuevo en el gozo de eterno fulgor. Te lo pido por Cristo nuestro Señor. Amén.

Oración para las almas del purgatorio

(El Señor le dijo a Santa Gertrudis, vidente del Sagrado Corazón de Jesús, que cada vez que rezara esta oración, pudiese librar 1000 almas del purgatorio).

Padre eterno, yo te ofrezco la preciosísima sangre de tu Divino Hijo Jesús, en unión con las Misas celebradas hoy día a través del mundo por todas las benditas ánimas del purgatorio por todos los pecadores del mundo.

Por los pecadores en la iglesia universal, por aquellos en propia casa y dentro de mi familia. Amén.

Oración final

¡Oh Dios! Nuestro Creador y Redentor, con tu poder Cristo conquistó la muerte y volvió a Ti glorioso. Que todos tus hijos que nos han precedido en la fe (especialmente N...) Participen de su victoria y disfruten para siempre de la visión de tu gloria donde Cristo vive y reina contigo y el Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Dales, Señor, el descanso eterno. Brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.

María, Madre de Dios, y Madre de misericordia, ruega por nosotros y por todos los que han muerto en el regazo del Señor. Amén.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cualquier parecido con la realidad...

Evangelio según San Lucas 18,9-14 

En aquel tiempo, para algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: 
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás, ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. 
Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. 
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de mí que soy un pecador”. 
Les digo que este último bajó a su casa justificado, y aquél no. 
Porque todo el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido». 

Con la parábola del fariseo y el publicano el Señor nos muestra un aspecto más interior de la vida de oración. Ambos hombres —el fariseo y el publicano— suben al templo a orar. 

Exteriormente, ambos han realizado una acción semejante. Sin embargo, la disposición interior es tan importante que uno de ellos, a pesar de formalmente haber hecho lo mismo que el otro, bajó del templo sin haber sido justificado. 

 ¿Dónde reside la radical diferencia de actitud? El Señor Jesús nos lo dice con claridad: en la humildad. La Escritura nos enseña que «Dios resiste a los soberbios pero da su gracia a los humildes» (Prov 3,34) y, efectivamente, así nos lo enseña Jesús en esta parábola. 

Si consideramos con atención las palabras  del fariseo, podemos entrever cómo ellas expresan una actitud interior que se ha enseñoreado de su corazón. 

Si de lo que rebosa el corazón habla la boca (ver Lc 6,45), entonces el corazón del fariseo está lleno de sí mismo. En su “oración” él parece ser el punto de partida y el punto de llegada. 

San Agustín observa que en las palabras del fariseo no encontraremos «ruego alguno dirigido a Dios. 

Había subido en verdad a orar, pero no quiso rogar a Dios, sino ensalzarse a sí mismo, e insultar también al que oraba». 

Este hombre —que significativamente está erguido mientras reza— manifiesta una conciencia satisfecha de sí misma, que de alguna manera se ha convencido de no necesitar la misericordia de Dios porque cumple a cabalidad con los preceptos de la Ley. 

Así, en el corazón del fariseo no hay lugar para el Señor pues está todo ocupado por él mismo. El ensalzamiento de sí, la soberbia, lo ha llevado a perder el sentido de la realidad y a centrar todo alrededor de su propia persona. 

No es capaz de reconocer, ni siquiera con su postura física, quién es Dios, y menos de relacionarse con Él en la oración. Está tan embotado de su propio “yo” que su oración termina siendo un monólogo. 

 El publicano, por el contrario, se queda atrás y, dice Jesús, «no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo». Tal era su experiencia de indignidad, de total insuficiencia, que la expresa también en su postura física. 

Sus palabras transparentan la conciencia vital de quién es Aquel a quien se dirige y lo radicalmente necesitado que se experimenta de su misericordia. La humildad enciende la luz de la verdad que permite al publicano reconocerse pecador y necesitado del perdón de Dios y acudir con confianza a la fuente de la misericordia. 

San Agustín describe esta experiencia con estas bellas palabras: «Estaba lejos y, sin embargo, se acercaba a Dios, y el Señor lo atendía de cerca. El Señor está muy alto y, sin embargo, mira a los humildes. No levantaba sus ojos al cielo y no miraba para que se le mirase. 

Su conciencia le abatía; pero su esperanza le elevaba». ¡Qué gran enseñanza nos deja el Señor Jesús con esta parábola! La humildad, virtud fundamental para el discípulo de Jesús, es esencial en nuestra vida de oración. 

Es más, a la luz de las actitudes del publicano y del fariseo, podemos decir que sin humildad nuestra vida de oración corre el gravísimo riesgo de convertirse en un monólogo cuando debería ser un diálogo de amor fundado en la verdad. 

Desarrollada sobre ese sólido cimiento, la oración nos permite crecer hasta la estatura del Señor Jesús (ver Ef 4,13). Si nos falta la humildad, corremos el riesgo enorme de que nuestra oración sea autoreferente, de que nuestras palabras nunca lleguen al Cielo pues comenzarán en nosotros y terminarán en nosotros mismos. 

 ¿Cómo vivimos la humildad en nuestra oración?, podríamos preguntarnos. Y claro, tendríamos que hacernos una pregunta previa: ¿Rezamos? El ejemplo del publicano arrepentido y humilde nos alienta a renovarnos en nuestra vida de oración. 

Quizá el primer paso sea reconocer con humildad ante el Señor que muchas veces no lo buscamos lo suficiente; que llenamos nuestra mente y corazón de tantas cosas que poco sitio queda para Él; que a veces tantas responsabilidades y actividades nos hacen transcurrir jornadas enteras en las que al final no hay tiempo para Él. 

No lo olvidemos: si Él falta, todo lo demás es en vano.

Enamórate...

Oremos...

Padre,
me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras:
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo, con tal que tu voluntad
se cumpla en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
Amén.

El Santo de hoy...

Hoy celebramos a San Rafael Guizar y Valencia